Son cuatro. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Uno dos y tres son como las tres marías. Exactamente con esa forma. Uno, tres y cuatro también. Son un reflejo del cielo nocturno. Como si tuviera constelaciones trazadas con lunares en la piel. También son un reflejo de mi misma. Son como yo. Todos y cada uno. Un poco raros. El primero es perfectamente redondo, abultado pero su textura es rugosa, con manchitas. Y con los bordes difusos porque sabe navegar en las mediastintas. Sabe ceder y contentarse con lo que tiene. Se asoma para afuera a ver el mundo, es curiosos, observador, simpaticón. Se ríe mucho. Cuando aparece, se nota su presencia. Con su estilo, sabe ser provocador porque tiene algo que por algún lado puede llamar la atención.
El segundo tiene un color homogéneo, compacto, pero tiene una forma triangular extraña, un tanto intransigente. Les hace creer a todos que es seguro de si mismo, y que tiene mucha fuerza. Hasta puede resultar arrogante, soberbio o despectivo para los que no lo conocen. Pero en le fondo él no está tan convencido.
El tercero, chatito contra la piel, es muy tímido. Es color café con leche con mucho más leche que café. Es acomplejado, siempre tratando de esconderse. Le gusta el perfil bajo y que nadie note que está. Es mejor que todos vean al primero y que a él lo dejen en paz. Pero atrás de todo eso, es el más tierno, el más dulce, el que sabe querer.
El cuarto es un promedio. Su forme y su color son tranquilos. Son como un equilibrio. Pero no lo veo porque esta muy cerca de la clavícula. Parece chiquito e indefenso, allá alejado en el fondo, pero es valiente. Es el que no le teme a la soledad y disfruta de estar solo. Es la fuerza. Todos y cada uno. A veces Uno. A veces Dos. A veces Tres. Y a veces Cuatro. A veces una mezcla de todos.
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