sábado, 24 de diciembre de 2011

las caricias

Quiero un vestido largo, Mario, y caminar por el límite entre la arena y el mar y sentir en los límites del vestido, el peso del borde del mar, ese peso que no es peso, ese que hay en el roce de todos los bordes y en las caricias. Sentir también el borde de la arena que también acaricia y se pega a los bordes del vestido y se acerca al mar en afán de caricias y sentir como se tocan apenas, un borde y otro borde. Sentir los bordes del mar, de la arena que son caricias en los límites del vestido y las caricias. Abandonarse al borde y ser todita de bordes para sentir y dar caricias. Darle caricias al mar y a la arena y darle caricias al viento con el vestido y con las manos y los bordes de los dedos y el pelo que acaricia y se deja acariciar por las manos y los dedos del viento que son sus bordes y están llenos de caricias. El vestido y la arena y las caricias y el pelo y las manos y el viento en el pelo y las manos del viento y las caricias del mar y la arena. Dejar que todo sea borde y todo sean caricias que nacen del contacto de los bordes y aprender y juntar caricias para luego enseñarte que las caricias se encargan de hacer difusos los límites y de colarse más adentro de los bordes.

jueves, 22 de diciembre de 2011

se va...


 Se quiere ir. Se va. Me pregunto si habrá sido feliz. Quiero creer que si, que junto a él, que era un ser lindo, fue feliz y que ahora se va con él. Y me importa nada que sea una imagen del repertorio. No me importa nada. Es que de verdad es desde el fondo que quiero creer que cuando se apague se ira con él. Con él  y con él, tomados de la mano pasara a formar parte del todo del que salimos y al que vamos a parar. Es que no me importada nada porque de verdad se apaga, porque esta cansada de muchos días y muchas noches. Porque sonríe, igual sonríe, pero su mirada esta lejos, lejos, bien lejos, en su búsqueda quizá. Que lindo abandonarse al pensamiento que sonríe porque hay algo en su mirada que ya esta lejos, que lo intuye, que lo ve quizá y  que busca irse con él, reencontrarse. Y es que no me importa nada y quisiera que en el apagarse saliera volando esa sonrisa, la sonrisa de verlo otra vez y sentir que otra vez están de la mano. Él la espera hace algunos años ya, y ella lo ha extrañado sin decir nada y en esa sonrisa que vuela le sonríe a él otra vez.

viernes, 9 de diciembre de 2011

nunca más!

Mario, yo vivo en un país que es como un rinconcito de tierra fértil, es un campo hasta el horizonte, verde y manso. Pero hace algunos años, Mario, en este paisito, tan verde, tan manso, pasaron cosas que no tienen nombre. Fueron amarradas violentamente y  con fuerza, sometidas al silencio o camufladas con mentiras y todo quedó sin ver palabras. Es que fueron cosas horribles, Mario. Y es triste, que en este paisito, tan verde y tan manso, tenga un herida tan grande atragantada. Todos acá tenemos, y yo tengo también, a alguien que estuvo ahí.  Hay muchos, la mayoría, que estuvieron adentro pero afuera y vivieron la desesperación más grande de ver desaparecer a un ser querido y no poder hablar, no poder decir, no poder hacer, verse obligados a desconfiar, a callar, a tapar, y ver como el pecho se les iba llenando de impotencia atragantada, de desazón, odio y rabia. Y la palabra desaparecer es desagradable y sucia, es una mentira, porque pareciera que no hubiera responsables, que hubo hombre y mujeres, en esos tiempos, que solo “desaparecieron”. Son algunos de esos hombres y mujeres que estuvieron adentro adentro, adentro de los cuarteles, de las celadas del penal de libertad, de un pozo, meses, años con una capucha en la cabeza.  Ellos saben lo que es el miedo, ese miedo que viene de la inseguridad tan extrema de saber que la vida, el ser, no vale nada, nada. El miedo que viene de la conciencia de que la tortura o la ejecución pueden llegar en cualquier momento y no se sabe, no se sabe, no se sabe cuando. Hay muchas palabras que siguen hoy todavía atragantas, palabras que harían revivir el horror, y nos harías escuchar los gritos, y sentir la desesperación, el dolor, el frió, el hambre y el miedo. Son esas palabras que porque duelen, que porque al verlas salir nos duele ahora, y nos desgarran algo adentro hasta las lágrimas, hay mucha gente que no las quiere oír. Pero yo creo, Mario, que las heridas comienzan a sanar cuando se empiezan a llamar por su nombre. Cuando haya palabras en que la madre sepa lo que le paso al hijo o el hijo sepa porque nunca tuvo padre. Cuando haya palabras para responder las preguntas y no sean mentiras. No sería más dolor confirmar lo que se teme, no sería porque el dolor ya está y el saber, la palabra es siempre preferible al vértigo, a la nausea, a la bronca  de la incógnita y del vacío. Palabras que no sean para vengar sino para entender, para aceptar, para perdonar y perdonarse, palabras que son necesarias para cerrar.  Cuando se empiecen a llenar los vacíos, y se llamen las cosas por su nombre, ahí quizá, la herida empiece a cerrarse y el saber permanezca en esas palabras para que nunca más, nunca más, nunca más.

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