El otro día alguien me pregunto, ya ni recuerdo quién, si había escrito sobre ella. Tenés que saber sobre ella, Mario, por que es mi gran amor. Porque no la he mencionado aún? Vaya uno a saber. Es que en realidad ella sabe que es Ella, la todo poderosa, la constancia en los caminos enredados de la vida. Y sabe que aunque no aparezca, está. Siempre está. Está en cada una de mis palabras, está en mis idas y en mis vueltas. Porque vive conmigo, me aguanta dormida todas las mañanas de mi vida hasta que los dedos se despiertan, y el alma se despierta y puedo empezar a charlar con ella, primero despacito y equivocándome, luego más fluido, y a veces, solo a veces, algunos días increíbles, soy solo como un cuerpo, un canal y es Ella que habla. Ella me comprende las mañas, esta al pie del cañón, me salva cuando estoy herida, me alimenta todos los días, me tiene paciencia. Ella, a la que le doy todo lo que soy, toda mi fuerza creadora.
Ella, mi otra cara, mi cara que todos ven pero que acá estuvo oculta. Como las caras de la luna. Es que yo soy como una luna y por eso tengo dos caras, dos mitades. Y una aparece cuando desaparece la otra. Una son las palabras y la otra Ella, y Ella es una cara pero lo es todo también. Todo todo por que sin ella simplemente no puedo vivir, cuando bien podría vivir sin las palabras. Es una necesidad física, casi vital, de ella depende mi bien estar, y si ella no está nada pueden hacer las palabras para curar su ausencia. Es que Ella soy yo y yo soy Ella.
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