Se hace la noche en un pueblo de Cataluña. Los niños juegan y corren por la plaza. Mi sensibilidad cansada espera sentada en un banco y de piernas cruzadas, a que baje el agua. El aire de la noche no es cálido ni frío. A mi lado hay un árbol que presencia todo. A los niños, a la noche, al aire y a mi, de piernas cruzadas, mientras escribo en un papel arrugado de chocolate. A mi me asombra su habilidad de ser, simplemente ser, con tanta calma, parte del todo y del constante cambio.
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