Sabrás
perdonar, Mario, que hacía tanto que salieron medias despeinadas y sin acomodar,
que ando por la vida mezclando el vos y el tú
y también que te comparo con una
enredadera de florcitas blancas.
Lo gracioso es que yo escribía palabras sin dueño, frases
sin dueño, poesías enteras sin dueño. Todo era un como un sueño medio borroso,
Mario. No quería que rimara pero qué se le va a hacer. Sí, vivía en cualquier lado
menos ahí. Vivía antes del antes o mirando para adelante (y dale con la rima) o
en los sueños. Vivía en los sueños, Mario. Y me dolían los días porque eran como
alguien cinchándome para abajo, y diciéndome que bajara. Y yo no quería bajar
de arriba. Me quería quedar lejos. Me dolían los días. Tú, Mario, ¿qué sos tú sino sos un sueño? Tú que
naciste siento el intento de fijar una
ausencia, atraparla al vuelo y fijarla aunque no era. Es extraño que te hable a
ti, es extraño mirarse para atrás y verse lejos, lejos y ver que estaba sin
estar ahí. Yo creo que todo esto, Mario, es porque encontré palabras de esas
que estaban lejos, de esas que estaban conmigo que estaba lejos. Las miré y me
vinieron palabras ahora. Pero hace tanto
tanto que parce que ya no sé ni cómo.
Agarré una hoja grande y un lápiz gordo para escribirme en grande y con
espacio, tranquila, despacio (socorro,
la rima), y para acordarme de mi misma y de mi escritura. Me está yendo bastante bien acá abajo, Mario.
Estoy contenta ahora que bajé de arriba y creo que por eso las palabras se calmaron
un rato. Estuvieron un rato largo quietitas, observando, como cuando uno va a
un lugar nuevo y todo es nuevo entonces no te salen las palabras y uno se queda
calladito y mira. Pero hoy miré para atrás y volvieron, y yo vuelvo a vos Mario,
vuelvo al sueño, aunque ahora sos otra cosa, sos más bien como un enredadera
con flores chiquitas y blancas y puedo trepar para arriba y para abajo y
subirme a los sueños de los buenos cuando quiero, aunque viva abajo en el hoy.
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