Es un poco como que las palabras salen de los sentimientos y podrá sonar a frase hecha pero es que en el fondo es verdad. Y es la ternura hoy, Mario. Una ternura que ya había sentido antes pero que esta vez fue especial. Fue ayer de noche en un cumpleaños con niños. Y había dos niñas chiquititas de un año y poquito que se llamaban Lucía y Emilia. Nunca antes nos habíamos visto pero ellas, en ese cumple, me vieron a mi. Fue rarísimo. Me vieron. Emilia estaba lejos con su mamá y de repente me vio y cruzo solita todo el living y me tiró los brazos para que le hiciera upa. Justo tuve que bajar a abrir así que la dejé en el piso pero cuando subí, al ratito ahí estaba de nuevo Emilia pidiéndome upa. Charlamos un ratito, yo con palabras, con las manos y ella con las manos también y con ruiditos y después se fue a jugar. Lucía fue diferente. De repente se vio perdida porque no encontraba a su mamá e instintivamente y desconsolada, me tiró los brazos a mí. Fuimos con su papá y desde la falda de su papá me miraba y me miraba y todos me tomaban el pelo de que las tenía hechizadas esa noche. Pero en realidad la que me tenía hechizada a mi era Lucía. Era yo también la que no podía dejar de mirarla. Había una conexión especial y extraña entre Lucía en la falda de su papá y yo en mi silla y estuvimos las dos prendidas un rato. ¡Que mirada tan pero tan divina! ¡Que cosa tan increíble! Era tan profunda, derecho a los ojos y hasta el fondo, era tranquila, segura, tierna, buena, como de grande, como una mirada que saliera desde el fondo de los tiempos y desde el fondo de los tiempo me salía a mi una ternura, me salía, como una pizca de esa cosa media instintiva que deben de sentir las mujeres en el momento de hacerse mamás pero que antes ya está ahí y sale a veces y es un sentimiento increíble como esa mirada. Es una energía que está guardada y de repente corre. Qué hermoso sería, algún día, tener una niña como Lucía.
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