Hay unos momentos, Mario, donde en vez de mirar, veo.
Veo, Mario. Son momentos de espacio, de
quietud, momentos vacíos, o llenos de infinito donde me siento parte, donde
siento que pertenezco, donde no hay muchos sino uno todito y grande. Me siento
grande, Mario.
No son nuevos estos momentos. Yo creo que mi agua
siempre ha sido como una pasadizo, un umbral en mi cuerpo por donde pasar del
hacer al ser, del muchos al uno, del mirar al ver. Pero antes se me llenaban rapidito
de algo pesado, de algo que faltaba, como a mitad de digerir pero en el pecho y
en la garganta. Estaba a mitad de digerir porque es que estaban todos esos
niños atrás de la puerta que goteaba. Te acordarás supongo, Mario, de la puerta
que goteaba. Y entonces la quietud, el vacío y el silencio se me teñían de
ausencia. Sigue habiendo muchos niños, pero ahora cuando golpean, los dejo
entrar, y entonces me pueden acompañar en esos momentos de espacio donde me
hago más grande, donde nos hacemos uno, con el todo y con los niños. Es como
ser a la vez en el cielo y en tierra y tener alas y raíces bien enraizadas en
los pies. Y entonces, hay claridad y silencio.
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