viernes, 9 de diciembre de 2011

nunca más!

Mario, yo vivo en un país que es como un rinconcito de tierra fértil, es un campo hasta el horizonte, verde y manso. Pero hace algunos años, Mario, en este paisito, tan verde, tan manso, pasaron cosas que no tienen nombre. Fueron amarradas violentamente y  con fuerza, sometidas al silencio o camufladas con mentiras y todo quedó sin ver palabras. Es que fueron cosas horribles, Mario. Y es triste, que en este paisito, tan verde y tan manso, tenga un herida tan grande atragantada. Todos acá tenemos, y yo tengo también, a alguien que estuvo ahí.  Hay muchos, la mayoría, que estuvieron adentro pero afuera y vivieron la desesperación más grande de ver desaparecer a un ser querido y no poder hablar, no poder decir, no poder hacer, verse obligados a desconfiar, a callar, a tapar, y ver como el pecho se les iba llenando de impotencia atragantada, de desazón, odio y rabia. Y la palabra desaparecer es desagradable y sucia, es una mentira, porque pareciera que no hubiera responsables, que hubo hombre y mujeres, en esos tiempos, que solo “desaparecieron”. Son algunos de esos hombres y mujeres que estuvieron adentro adentro, adentro de los cuarteles, de las celadas del penal de libertad, de un pozo, meses, años con una capucha en la cabeza.  Ellos saben lo que es el miedo, ese miedo que viene de la inseguridad tan extrema de saber que la vida, el ser, no vale nada, nada. El miedo que viene de la conciencia de que la tortura o la ejecución pueden llegar en cualquier momento y no se sabe, no se sabe, no se sabe cuando. Hay muchas palabras que siguen hoy todavía atragantas, palabras que harían revivir el horror, y nos harías escuchar los gritos, y sentir la desesperación, el dolor, el frió, el hambre y el miedo. Son esas palabras que porque duelen, que porque al verlas salir nos duele ahora, y nos desgarran algo adentro hasta las lágrimas, hay mucha gente que no las quiere oír. Pero yo creo, Mario, que las heridas comienzan a sanar cuando se empiezan a llamar por su nombre. Cuando haya palabras en que la madre sepa lo que le paso al hijo o el hijo sepa porque nunca tuvo padre. Cuando haya palabras para responder las preguntas y no sean mentiras. No sería más dolor confirmar lo que se teme, no sería porque el dolor ya está y el saber, la palabra es siempre preferible al vértigo, a la nausea, a la bronca  de la incógnita y del vacío. Palabras que no sean para vengar sino para entender, para aceptar, para perdonar y perdonarse, palabras que son necesarias para cerrar.  Cuando se empiecen a llenar los vacíos, y se llamen las cosas por su nombre, ahí quizá, la herida empiece a cerrarse y el saber permanezca en esas palabras para que nunca más, nunca más, nunca más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia Creative Commons
Este obra está bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.