Lo primero que sentís es el olor. A duna. A salitre y a viento. A tierra mojada si es de tardecita. Olor a monte también. Es un aire que te deja lleno de aire. Es un aire rico que cuando no estas acostumbrado te cansa pero después lo necesitas. Y hay algo de libertad en ese aire también. Te dan ganas de respirar mucho y de caminar y de acariciar el pasto, las plantas, los muros del rancho, la piedra, el timbó. Ganas de caminar por el puente y saludar al álamo y al ceibo y al ciprés. Después hay que abrir el rancho y eso siempre da un poco de pereza. Es casi un misterio el rancho todito cerrado. Es como si al principio se resistiera a exponer su interioridad a la luz y la luz entra por la puerta abierta con cuidado, pisando despacito y hasta no muy adentro porque se choca con la piedra fría y el olor a humedad. Y el racho se va despertando de a poquito. Se despereza y empieza a calentar. Entonces levantamos las esteras que son como sus párpados para sacudirle el sueño y con unos troncos grandes y unas piñas ya todo se encamina. Juntar leña, prender el fuego, es casi un ritual. Hay que ser paciente y tenaz con la leña húmeda. Entonces todo se vuelve tranquilo por que uno se detiene a cada instante a contemplar y a sentir el maravilloso funcionamiento de la naturaleza. Ver la playa desde lo alto de las dunas y recibir al viento frío en la cara, de frente al mar y al horizonte. Escuchar las noticias que tiene para darnos. Abajo, el agua salada con sus diferentes humores de mujer complicada, transparente o marrón, tranquila o agitada. Sentir el crujir del pasto bajo los pies y acercarse y ver que es otro universo o la arena gruesa que es una y es muchas. Salir a pasear por el monte que fue virgen y ahora es otro. Tan otro que ya no se reconocen sus senderos, sus misterios. De noche, la luna creciente, menguante o llena, llena, llena, tres o cuatro días naranja e inmensa, como un madre melancólica, o una guía. Y el cielo nocturno que te interroga con infinitas preguntas. Si un día llueve, refugiarse junto al fuego y sentir el agua que corre y a la naturaleza contenta. Cocinar con laurel y romero del jardín. Dormir con el arrullo de las ranas, lo grillitos y las olas que acarician la arena. Meditar los cambios. Los cambios impuestos y los deseados y soñar despierto. Pensar. Pensar. En el sur del sur que es como la cara oculta de la tierra, bien escondida para brindarle a uno otro refugio.
Divino Marce! Gracias! Es como estar ahi. Me hiciste viajar mas de 10000 km en unos solos minutos! Muchas gracias por compartir este pedacito de vos conmigo (y con los otros lectores!) un besotes inmenso con aire a Pacifico este vez, tu prima Rosi que te quiere pilones
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