Estoy llena de agua,
Mario. Cierro la boca y los ojos y me tapo las orejas para que no salga, pero
está, Mario, el agua.
No es su
culpa. Es toda mía. Las dejé con el agua, Mario, al otro lado de la puerta. Me fui
para otro lado, a mirar por la ventana, y se ha juntado el agua, y se han
juntado ellas, al otro lado de la puerta.
Pienso
ahora que fui yo. Que las juzgué y las escondí, las tranqué, porque no debiera
estar esa agua, y me doy vuelta y miro por la ventana.
Pero si
pego la oreja a la puerta, Mario, siento el agua, siento el ruido del agua y
las ganas de correr, lo siento en el pecho y en los ojos y a veces, después de
escuchar un rato, saco alguna de las trancas de la puerta. Es difícil. Hago fuerza.
Sale entonces un chorrito que no dura y lo siento correr en los ojos. En un
dolor que es un alivio, aunque haya mucha más agua, Mario, del otro lado de la
puerta.